Todas las grandes culturas han alabado sus propiedades, desde los griegos clásicos a la China milenaria.
La dieta vegetariana existe desde los albores de la Humanidad. Hoy en día es una opción de alimentación más que saludable, aunque no debe hacerse de cualquier manera. En los países desarrollados se come demasiado y mal. Nuestros menús son ricos en grasas y proteínas animales, azúcares, lácteos, alimentos refinados y estimulantes y pobres en fruta y verdura, cereales integrales, legumbres, semillas oleaginosas y minerales.
Tanto la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación), como la OMS (Organización Mundial de la Salud), se hayan embarcadas en una campaña que busca aumentar entre la población el consumo de frutas y verduras, recomendando al menos 5 raciones diarias de 150 gramos, para evitar enfermedades cardiocirculatorias y prevenir procesos tumorales.
Muchos habitantes de los llamados países desarrollados se plantean cambiar su estilo de alimentación para evitar los numerosos problemas de salud que conlleva la dieta imperante, en la que parece que es imprescindible comer a diario varias piezas de carne (ya sea en embutido o fresca) para mantenerse en forma, aderezadas con grandes dosis de lácteos y panadería industrial (pizzas, bollería…) y deglutidas con bebidas carbonatadas y azucaradas. Otras personas consideran que cambiar su dieta beneficia no sólo a su organismo, sino que también potencia un reparto más justo de la riqueza. Con los cereales destinados a alimentar a una vaca para producir carne se pueden alimentar a muchas más personas (hasta cinco veces más) que con el aprovechamiento final del animal.
Salvo en lugares sometidos a condiciones climáticas extremas, como el Polo Norte, las distintas culturas humanas han basado su dieta en el consumo de grano y productos extraídos de los vegetales. Tal es la base de la famosa dieta mediterránea, en el que la carne de ave o pescado aparece de forma ocasional y nunca como alimento fundamental. Igualmente los cereales y las legumbres son los reyes de la alimentación de la mayor parte de Asia, África y América. Pese a los mitos creados por el hiperdesarrollo, el ser humano es fundamentalmente vegetariano y sólo ocasionalmente carnívoro, por lo que dejar de comer carne viene a ser más un reto cultural que un problema de salud.
Optar por ‘vegetarianizar’ nuestra dieta nos aportará beneficios casi inmediatos; si bien hay gente que decide dar el paso de prescindir totalmente de la carne y sus derivados, se puede optar por hacer reducciones escalonadas. Solamente con que un día a la semana dejáramos de consumir grasas saturadas (carnes, huevos y lácteos), reduciríamos anualmente el aporte de ese tipo de grasas un 14%.
Los más estrictos bioquímicos y científicos de la nutrición reconocen que carece de trascendencia el que las proteínas sean de origen animal o vegetal, dado que todas se desdoblan en aminoácidos igualmente eficaces provengan de donde provengan. Es más, elegir las proteínas de origen vegetal reduce el ácido úrico y el nivel de colesterol y nos evita la ingestión de residuos nocivos en las carnes producidas industrialmente (antibióticos, hormonas).
Por supuesto, si dejamos el chorizo y el bistec para hincharnos a rosquillas no habremos avanzado nada, por lo que se recomienda llevar una dieta variada. En la dieta vegetariana debe haber una adecuado aporte de proteínas, carbohidratos, vitaminas, fibra, minerales, aceites y alimentos fermentados, por lo nque resulta imprescindible informarse bien antes de dar el paso hacia el vegetarianismo.
Apostar por los alimentos biológicos (producidos sin pesticidas ni fertilizantes artificiales) nos asegurará la calidad de los productos que consumamos. Si bien, hoy por hoy, es una opción un poco más cara que la adquisición de los alimentos ‘convencionales’, se puede observar en los últimos años una equiparación de los precios, sobre todo si nos referimos a alimentos elaborados, como la pasta o el pan. Hacerse socio de una cooperativa de consumidores de productos biológicos también reduce el precio final.